
Al menos 20 cuerpos fueron abandonados en la carretera México. 15, al norte de Culiacán, Sinaloa: 16 dentro de una camioneta y cuatro colgados del puente; cinco víctimas fueron decapitadas y aparecieron cabezas en bolsas, según la Fiscalía estatal. Mensajes de amenaza contra facciones rivales acompañaron la escena macabra, crónica de la guerra entre “Los Chapitos” y “La Mayiza” por rutas de drogas, incluido el fentanilo.
La oleada de violencia expone nuevamente la falta de control estatal en territorios plagados de carteles. A pesar de esfuerzos anunciados —militares, operativos conjuntos— la tragedia obliga a preguntarse: ¿qué resultados concretos hay tras la mesa de seguridad federal?
LOGROS DEL GOBIERNO DE CLAUDIA SHEINBAUM
— Fernando Diaz (@fdiaz2050) July 1, 2025
En #Culiacán, Sinaloa en una furgoneta fueron hallados 16 cuerpos #DECAPITADOS y en otro punto encontraron otros 4 colgados en un puente, está más violenta la paz con abrazos de MORENA. https://t.co/rWzzOIZtOn
Sheinbaum, por su parte, no ha hecho más que emitir condenas y exigir “apoyos” federales. Al tiempo que su gobierno amplía la militarización a través de la Guardia Nacional y operaciones de inteligencia, no reduce en lo más significativo la violencia en zonas como Sinaloa.
El contraste es brutal: los cárteles ganan terreno y matan sin freno, mientras las autoridades federales privilegian medidas simbólicas —diplomacia, declaraciones y despliegue moderado— por encima de estrategias urgentes de intervención territorial.
La masacre en Sinaloa no puede leerse sólo como un reacomodo cartelero. Es una alerta gruesa de las fallas del Estado. El discurso de Sheinbaum se diluye frente al horror real. ¿Fuerza armada, leyes o inteligencia efectiva? El drama requiere más que retórica: requiere acción.